Ana:
Gracias por tu amistad. “Amigos verdaderos son los que vienen a compartir nuestra felicidad cuando se les ruega, y nuestra desgracia sin ser llamados” (Demetrio de Falerea).
La amistad es el mayor regalo que podemos recibir en nuestra existencia y el mayor reclamo de la vida es buscar al amigo que sea capaz de iluminar con su sola presencia los huecos de nuestro corazón.
El amigo es un compañero de viaje que contagia con su presencia los caminos del peregrinar que llevamos y en los momentos de dolor está sin preguntar, sin exigir, sin controlar, sin criticar, sin huir.
El amigo es la llama de nuestra hoguera que arde sin consumirse aún sin estar cerca.
En la amistad tenemos que hacer caso de Fray Luis de Granada cuando decía que “los hombres deberíamos tener para con Dios un corazón de hijos, para con los hombres un corazón de madre, y para con nosotros mismos un corazón de juez”.
¡Qué razón tenía Fray Luis que invertir estos papeles genera una vida agria que no hace otra cosa que desconfiar de los otros y nos lleva al egoísmo más cierto!
Cuando juzgamos a los demás con un corazón de juez y a nosotros con un corazón de madre puede ocurrir que la balanza se gire hacia el engaño más brutal y no consigamos otra cosa que la desconfianza y el recelo para con los otros.
Cuando el corazón de madre se vuelca hacia la empatía y la comprensión hacia el otro entonces se enciende una estrella en el cielo y un rayo en el corazón.
Nuestro encuentro fue casual navegando ambos por esas “autopistas de la comunicación” y, de pronto, en un foro, no recuerdo cuál fue, nos encontramos y nuestros correos han sido ininterrumpidos. ¡Tú me hacías partícipes de tu vida y de tus inquietudes, y yo intentaba encontrar la luz en medio de tus preguntas!
Cuando el Señor nos concede el regalo de un amigo entonces los pasos inciertos de la vida se hacen más llevaderos y nuestra existencia se ilumina con el don de la compañía íntima que satisface el corazón.
No esperemos un amigo adulador y calculador, ajeno a la verdad y a la crítica. Ya lo decía Alfred de Muset: “Lo malo del amigo es que nos dice las cosas desagradables a la cara; el enemigo las dice por la espalda”.
El amigo nos recrimina con la máxima caridad nuestros fallos pero fíate de él cuando te mira a los ojos y te dice verdades como puños.
Dios nos libre de esos enemigos que sonríen en tu presencia y aplauden tus decisiones cuando estás delante pero cuando das la vuelta critican hasta tus calcetines y tus más íntimos propósitos.
¡Por favor, Ana, intenta proteger la amistad y cuidarla con la mayor de las exigencias! Será lo mejor que te ocurra en tu vida.
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