Estimada Ana:
Me agrada mucho las gracias que me das por esta correspondencia que mantenemos casi a diario. Me dices que tus dudas van disipándose como las nubes en una mañana de sol. ¡Gracias por tu comentario!
Y te doy las gracias porque tus preguntas me hacen reestructurar mi propia vida y replantearme mis propias convicciones. ¡Gracias de corazón!
Me comentas que ayer tu profesor de Historia hizo un comentario despectivo hacia las manifestaciones públicas de la Iglesia y que la Iglesia es ajena a los problemas concretos de la gente, y que nunca había defendido a los obreros para favorecer a los que tienen el capital. Y te has preguntado muy en serio si de verdad tiene razón. ¡Tenías ganas de mandarme el correo electrónico para que te diera una respuesta satisfactoria!
Ciertamente, Ana, en la sociedad actual hay una tendencia a ubicar a la Iglesia en la esfera de lo privado y mirar con recelo toda manifestación pública cuando aborda problemas laborales, sociales y políticos que afectan a la sociedad misma, en la cual hay cristianos que son ciudadanos. Incluso hay muchas personas, ¡tu profesor es uno de ellos parecer ser!, que están convencidas de que la Iglesia es espiritualista y ajena a los problemas concretos del hombre, sobre todo en la dimensión laboral.
La Iglesia ha abordado con una clarividencia enorme los problemas laborales y sociales, afirmando los deberes y derechos tanto del obrero como del empresario en documentos tan importantes como “Rerum Novarum” (León XIII), “Quadragessimo anno” (Pio XI), “Mater et Magistra” (Juan XXIII), “Pacem in Terris” (Juan XXIII), “Populorum Progressio” (Pablo VI), “Laborem Exercens” (Juan Pablo II), “Sollicitudo Rei Socialis” (Juan Pablo II) y “Centessimus Annus” (Juan Pablo II). Documentos muy importantes que son argumentos sin discusión para que nadie pueda tachar a la Iglesia de espiritualista y ajena a los problemas del hombre actual.
La Iglesia ha reconocido que toda persona tiene derecho a poseer bienes privados y que el obrero tiene derecho a un salario que le procure un sustento digno para él y su familia. También tiene derecho a asociarse para defender sus derechos de forma colectiva y solidaria, a realizar su trabajo en condiciones humanamente dignas (respeto, libertad, ausencia de tensiones, higiene, descanso adecuado...), También ha manifestado que el empresario tiene el deber de pagar a sus obreros un salario digno al tiempo que los beneficios de la empresa deben revertir en los trabajadores y, en definitiva, en la sociedad.
Creo, querida Ana, que la Iglesia tiene derecho a levantar la voz en defensa de la dignidad humana en el mundo social y laboral, en ocasiones tan deshumanizado y tan competitivo.