Ana:
El
correo anterior que te mandé hablaba de luces en la andadura de la Iglesia en este tiempo,
pero no pienses que quise olvidar las grandes sombras. ¡No creas que ha sido mi
intención!
Por
esta razón he querido profundizar en esas sombras y compartir contigo la
preocupación de muchos en el peregrinar de la Iglesia en nuestra cultura
occidental y actual. ¡Los signos de sombras deben ser siempre señales que nos
ayuden a mejorar y a reorientar nuestros propios planteamientos!
El talante evangelizador y
la apertura con la cultura actual parecen que han disminuido en la
Iglesia en Occidente.
La
tensión para llevar el evangelio a terrenos no abonados y recelosos de la
presencia institucional de la
Iglesia parece cada día menos evidente.
El
pulso entre la corriente conservadora, preocupada en conservar lo cultural y lo
institucional, y la corriente misionera, preocupada en el diálogo y la cercanía
con las fronteras de la cultura, parece haberse decantado por el primero.
La
vida de las comunidades se ha estabilizado sin remedio en un compás de espera,
como en una auténtica agonía de cansancio y rutina. Recelosas de cambios,
palidecen en el cumplimiento y en la escasa ilusión evangelizadora, mientras el
mundo sigue su curso y se aleja sin mucho ruido de la Iglesia.
Cada
vez más lo religioso se silencia como algo marginal y los planteamientos
cristianos dejan de ser referentes en el ámbito público.
La
catequesis se hace cada vez menos eficaz en la dinámica de las comunidades y el
cansancio se constata en muchas de sus manifestaciones.
La
dispersión eclesial se intensifica por la ola creciente de individualismo y el
deficiente sentido comunitario de gran parte de los cristianos, que en muchas
ocasiones está marcados por una insuficiente conciencia de pertenencia a la Iglesia local y diocesana.
Hay
una excesiva dispersión en el interior de la vida pública de gran parte de los
creyentes de nuestros grupos y parroquias, que reducen su opción de fe a un
planteamiento privado y de relevancia escasa en la vida social, política y
profesional…
Ana, este
diagnostico a la Iglesia
española, no debe llevarnos al abandono sino en plantearnos un nuevo talante
evangelizador.
Quiero contarte una historia
preciosa: San Francisco de Asís gustaba de rezar en una Iglesia estupenda,
pequeña, pobre, hecha de piedras en el Río Torto, llamada San Damián. San
Damián tenía unas grietas considerables en las paredes y en el techo. En
realidad, la Iglesia
estaba en ruinas, y en ella pendía sobre el altar, colgado, un estupendo
crucifijo de madera de estilo bizantino.
Un
día, observando el crucifijo, tuvo la impresión de que movía los labios, y oyó
una voz que le decía: “Francisco, repara mi casa que, como ves, está
completamente en ruinas”.
Aquellas
palabras estuvieron presentes en la vida de San Francisco desde entonces como
unas palabras mágicas que le llevaban a reparar no sólo la Iglesia de San Damián,
sino la Iglesia
de Jesús extendida hasta los confines del mundo.
¡Siente
estas palabras en tu vida y como cristiana recuerda que Jesús te llama a
reparar su Iglesia con tu fe y tu ejemplo!
Un amigo.